20110718



Nunca me ha gustado el verano. No sé. Supongo que vivir en una ciudad grande influye. El calor sofocante, la desidia de la gente, las aglomeraciones, las hordas de turistas con sus sandalias ruidosas, el helado en la boca, ese moreno achicharrado de sus rostros y esos cuerpos deambulando y contoneándose... Lo peor son los empujones con el calor, los viajes en metro sin aire acondicionado... Una verdadera tortura.

La playa aún es más odiosa, sobre todo cuando está abarrotada de gente. Buf. Andar por la arena esquivando toallas con personas, ese horrendo olor a crema solar, las pelotas de los niños y sus gritos, esa cara de "me lo estoy pasando genial" que ponen algun@s y, lo peor, la arena que se te pega en los pies humedos. ¡No hay manera de quitársela!

Y claro, luego está el sudor, la gente apalancada en las hamacas o los chiringuitos, bebiendo y "disfrutando" de las vacaciones, l@s niñ@s chillando -qué horror, tengo una fobia tremenda hacia esos gritos enloquecidos de los peques-, el olor a fritanga que emana de los restaurantes que acechan por todas partes... Creo que soy cada vez más rara, quizá la edad tenga algo que ver. Seguro que much@s pensarán: "Pones el acento sólo en lo negativo". Es como veo las cosas. Hay electrochoques, me imagino, pero creo que no funcionan demasiado bien para verlo todo bonito y color de rosa. Igual me tomo un éxtasis de vez en cuando... vaya usted a saber... ¡A lo mejor me vuelvo totalmente loca ya! Seguro que hay caletas maravillosas con poca gente, en Menorca, en Ibiza... No las conozco... Pero el calor no lo quita nadie.

Hablando en serio, a mí la playa me gusta sin gente. Poder relajarme mirando la inmensidad del mar y oyendo el sonido de las olas que van a dar a la orilla o que rompen en las rocas... Qué tópico, pero qué lindo... Eso sí me gusta.  

Aunque, como diría la canción de Alaska, "A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga, yo sigo así y así seguiré, nunca cambiaré...".

20110706

A la espera

Hace tiempo que no leo. Que no puedo leer. Tengo la cabeza demasiado entumecida y atolondrada para hacerlo. Está demasiado acostumbrada a mirar y a leer en pantalla. Los ojos, cansados, prefieren mirar por la ventana cuando dejan de estar ante el ordenador o la tele, y mi cuerpo desea salir a la calle o darse una ducha, quien sabe. 

Los libros te han de apetecer, deben seducirte. Son como el amor, no hay que buscarlos (o eso dicen), sino que ya se mostrarán, se plantarán ante mí para que los acaricie, los mime y los quiera. Cuando se está despierto y dispuesto, los libros pueden ser unos grandes seductores, con su cubierta más o menos atrayente, sus páginas, el encanto de su tacto, pasar las páginas, el olor de la tinta, sus líneas escritas. Mmm. Me los comería... cuando tengo hambre. Estoy hablando -se entiende- de libros de "carne y hueso", "con portada y hojas" mejor dicho, no de tablets... Buf, qué obsesión la digital. El mercado, el futuro... ¡Me importa un comino!

Si ahora los libros no me seducen demasiado, la música, sin embargo, siempre está presente en mi vida. Quizá no requiera tanto esfuerzo escuchar una canción como leer un libro: es más abstracta, menos concreta, más sugerente. Hablo de música diríamos "ligera", ¡no estoy hablando aquí de Ligeti, John Cage o Stockhausen! 

En fin, cada día que pasa me siento más debilitada para la actividad intelectual, para la lectura, en concreto. Los libros, pues, ya llegarán, como el amor (o eso espero).

20110705

Radicalmente sol@s

Conforme van pasando los años, un@ se va dando cuenta de que la realidad -las cosas que se perciben e interpretan- "no puede ser compartida", pues cada persona vive y capta lo real de manera distinta: lo que yo veo forma parte de mi manera singular e intransferible de ver; capto e interiorizo lo que me rodea "a mi manera" -como la canción de Sinatra pero menos interesante- y nadie más lo puede hacer igual que yo: alguna afinidad, tal vez pueda haber, pero a nivel muy superficial. Much@s considerarán que esto hace interesante e irrepetible al individuo. Pienso, sinceramente, que más bien nos hace animales solitarios aun en compañía: así lo veo yo. No me estoy refiriendo a la percepción de realidades concretas cuando hablo de la imposibilidad de escapar del caparazón de mi yo. Existe, por ejemplo, consenso sobre qué es y cómo es un árbol, pese a las diferencias de percepción de los distintos individuos: hay unas caracteristicas "que hacen que tal cosa sea un árbol" [por cierto, "árbol" es una palabra consensuada, la asociación -arbitraria- de un significante con un significado a fin de facilitar que tod@s nos podamos entender]. Pero esto no es aplicable a la mayor parte de ámbitos de la vida, donde todo es pura interpretación y no hay ninguna certeza objetiva fuera de la cabeza, pese a que las cosas existan al margen de un@: saber cómo son las cosas fuera de mi percepción es, por tanto, imposible. Esta interpretación personal e intransferible, además, está marcada por una determinada configuración cerebral (bioquímica), la cual, a pesar de los ligeros cambios, siempre es la misma [el tiempo y el saco de experiencias, percepciones, etc., que un@ va acumulando, van conformando y moldeando nuestro particular modo de aprehender la realidad].

En otras palabras: que yo considere la existencia (la vida) como una tragedia es "mi problema", y casi no depende de mí, más bien es producto de cómo percibe mi cabeza (perdón por el poco rigor, pero esta escritura es un poco espontánea) y el margen de maniobra está depositado y determinado por mecanismos situados en la zona del -diríamos- "inconsciente": no controlable pero un actor fantasma en todos los actos y las cosas de la vida. Bien, considero que, por muchas meditaciones, psicólogos, etc., a los que un@ acuda, esta percepción trágica de la vida continuará siendo la misma siempre.

Pienso a veces que el margen de maniobra en la vida es mínimo desde que caímos al mundo al nacer. Las cartas parecen estar echadas: al principio las posibilidades pueden parecer infinitas: la vida (los años, mejor) se encarga de demostrarnos lo contrario.

No creo, por ejemplo, en la psicología cognitiva-conductual (la oficial ahora, si no voy despistada) ni en otras pócimas para "reentrenar", "resetear" o formatear nuestro disco duro. Si el hardware de nuestra cabeza está configurado de una manera o dañado, pasa como en un ordenador: en ocasiones no funciona, se cuelga, comete errores absurdos... Está todo programado, por mucho software, antivirus, antispam y otros parches que introduzcamos al sistema, siempre repite los mismos errores. Resulta imposible escapar de esto. Siempre saldrá alguien que dirá: "Herman@, hay que aceptarse, quererse y amarse a un@ mism@", "En ti está la salvación"... Ya te digo... el Manual de los Jóvenes Castores me aporta más cosas.

Depende del grado de sufrimiento que le produzcan los diferentes avatares de la existencia que un@ pueda aceptarse y continuar.